El hilo rosa

En el último día de viaje anuncié:
⎼Quiero ir al mercado de artesanías.
⎼Vamos, ¿qué quieres comprar?
⎼No sé, ⎼risas⎼ sólo quiero ir.

Y fuimos. Era nuestra tercer visita al mentado mercado. Ya casi lo conocíamos de memoria. Se suponía que me encontraba buscando una bolsa de paja, que vi el primer día, que ahora no aparecía por ningún lado. Mis amigos ya estaban cargados, seguían sólo porque no teníamos nada mejor que hacer. “Un puestito más”, me dije mentalmente y di la vuelta en un pasillo con la mayoría de los changarritos cerrados. Ahí, en el pasillo sombrío, entre puestos cerrados, aparecieron tres muñequitos de lana. Había uno en específico que, era claro, me había estado esperando. 

⎼¿En cuánto éste? ⎼simulé desinterés, atrás una amiga soltó un gritito emocionada.
⎼Ah, ⎼le dí la vuelta, observando la escamas rosas que parecían una moica, el detalle color verde neón en el pecho.
⎼Se lo dejo en doscientos cincuenta, pa’ que se lo lleve.
Otra amiga regateó: ⎼Doscientos y se lo lleva a la de ya.
⎼Doscientos veinte es lo menos.
⎼Le doy doscientos diez ⎼rematé, recordando la moneda que una hora antes me había sobrado y ahora parecía quemar la bolsa de mi pantalón.
⎼Ándele, está bien.

La dinosaurio rosa pasó de mano en mano, mientras le pagaba al vendedor y finalmente, regresó a mí. La miré sin poder, ni querer, evitar una sonrisa.

Se los juro: la Quetzilla me estaba esperando esa noche, refugiada en un mercadito solitario de Baja California.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *